Estudiando el valor afectivo nos convencemos de que los seres humanos tenemos un corazón hecho para amar.
Desde los primeros años el ser humano percibe el amor. Caricias, que más que el contacto físico, es el reconocimiento del afecto de nuestros padres que nos hacen sentirnos más amados y protegidos.
Luego descubrimos que para amar a los demás necesitamos amarnos a nosotros mismos, para lo cual requerimos conocernos, aceptarnos y saber comunicarnos.
La vida en familia nos ayuda, desde nuestros primeros años, a fortalecer la confianza en uno mismo:
—Aprender de los fracasos
—Terminar nuestros proyectos
—Tomar riesgos
—Saber cómo actuar
—Fijarse objetivos alcanzables
—Conocer nuestras propias fortalezas
—Eliminar los pensamientos negativos
—No dejarse influenciar por juicios ajenos
Aprendemos a valorar los sentimientos de nuestros padres y abuelos, a comprender sus estados anímicos a través de señales no verbales muy sutiles.
Escuchamos, sin enojo ni aburrimiento, una y otra vez las mismas anécdotas e historias con las que solo quieren transmitirnos consejo y sabiduría.
Observar, atender y comunicarnos, fortalecen nuestra capacidad de amar, pues nos hace ser responsables de nosotros mismos y de los demás.
Si la vida te ha dado Padres y Abuelos mayores, trátalos bien, cuídalos, quiérelos, y tus hijos, que todo observan, aprenderán la lección para el futuro.