El Trabajo… ¡Un buen hábito!

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Trabajar no es un castigo. El trabajo, aún con la fatiga, la monotonía y la obligatoriedad, es un instrumento de elevación y perfeccionamiento del hombre, dándole plenitud a su personalidad.

El trabajo pues, supone un quehacer humano, una especie de comunicación inteligente del hombre con diversas tareas mundanas, en las que imprime como un sello: su personalidad.

Por eso el trabajo es algo personal, en cuanto que implica un despliegue de variadas energías de la persona humana; necesario, porque a él está vinculado el desarrollo del destino humano; social, puesto que relaciona al hombre con otros, cooperando y coordinando esfuerzos, sirviendo a los demás; implica un dominio sobre sus frutos, satisfaciendo sus necesidades auténticas.

Por el contrario, la pereza es destructora de la dignidad humana. De ahí se deriva, la malicia, el rencor, la pusilanimidad, el desaliento, la torpeza e indolencia y la divagación de la mente hacia las cosas ilícitas.

Hacerse uno mismo a través del trabajo, es crecer como persona no sólo de modo natural o intelectual, sino también sobrenatural, aplicando todas las virtudes espirituales.