Siempre que asistimos a los servicios fúnebres de una persona, nos entristece la idea de que las personas dejen de existir.
Y más aún, no obstante que esto sucede a diario, nos resistimos a creer que un día nos tocará a nosotros.
A los mexicanos nos gusta hablar de la muerte en plan festivo, folclórico, gracioso, porque hablamos de “la muerte “no de “mi muerte”.
Y cuando nos atrevemos a ponernos en primera persona ante este hecho irremediable de la vida, todos expresamos: “que sea rápido, sin dolor, dormirse y no despertar”.
¿Qué es morir? Los médicos dicen: “perdió la vida”. Lo que quieren decirnos es que el principio de vida que animaba al cuerpo se ha ido.
La vitalidad interior del individuo disminuye y ya no es capaz de sobreponerse a los obstáculos y continuar la lucha por la supervivencia: salud insuficiente.
La batalla por vivir concluye. Imparcialmente, la muerte termina con la vida de todos, por eso nos espanta y nos resistimos a ello.
Y la experiencia más objetiva y dura de la muerte es la muerte de los demás, en especial la de los seres amados.
Nadie es capaz de vivir en toda su extensión lo terrible del morir y la realidad de la muerte como el que ama.
El amor sobrevive a la ausencia. Debemos seguir queriendo durante toda nuestra vida a nuestros seres que se han ido.
Que los recuerdos de los buenos momentos permanezcan con nosotros y con nuestra familia.
Sólo muere realmente, quien es olvidado.